Así que te rindes, ¿eso es todo? Renuncias a la vida de momento, en espera de que las condiciones sean propicias. Abrazas la sombra de la rutina con rigidez desapasionada, y en ese mismo instante recibes tus regalos de bienvenida al mundo de las sombras: unos ojos acuosos velados por el desinterés y una piel gris inhábil como puerta de los sentidos. Sabrás que has entrado en la tumba en vida cuando tu falta de curiosidad sea tan grande como tu falta de sabiduría.
Has sido doblegado, por la fuerza invisible del miedo. Has sucumbido a tu propia cobardía y tu falta de principios. Pobre de ti, porque no hay vuelta atrás. Si quieres saberlo, no estoy aquí por casualidad.
Puedes considerarme como tu último contacto con el mundo de los vivos, de los realmente vivos. Y no es que yo sea uno de ellos, pero tampoco he venido a hablarte de mí. Bástate saber que cuando pare de hablar, tú ya estarás muy lejos, o muy cerca; depende de ti. Considérate afortunado de poder oír palabras sinceras por última vez, porque muchos otros no reciben ese último soplo al oído; su desaparición es mucho más precipitada. ¿Por qué tú? Cada hecho en la vida es en realidad un abanico de opciones. Debe ser que hay opciones.
Empecemos por el principio. ¿Puedes distinguir las sombras de los vivos? ¿Sabes mirar a alguien a los ojos y ver en ellos brillo o muerte? Deberías tomar tu tiempo y mirar, ahora que todavía puedes ver, a la cara a esos que serán tus hermanos de aislamiento. El mundo de los vivos lo conoces, como la mayoría, aunque hay algunos que se quiebran tan pronto que ya casi no lo recuerdan. Esos suelen ser los más débiles, los que menos soportan el dolor, y también los que han sufrido tanto dolor tan pronto que casi no tuvieron opción de saborear la vida antes de abrazar la apacible muerte de la monotonía, del no sufrimiento y de la no vida. Pobres de ellos. Y es que se trata principalmente de eso: de dolor, de miedo, de incertidumbre, de inseguridad, sabores amargos y muchas, muchas derrotas nacidas del riesgo de la generosidad, de la impunidad de los injustos. El dolor, llamémosle así para referirnos a todas esas sensaciones desagradables, es parte indisoluble de la vida. Podría argüirse que sin la existencia del dolor sería imposible apreciar el placer, pero no hay certeza sobre el origen de las sensaciones. Lo que sí es cierto, es que si renuncias al dolor, también renuncias a la vida. La única forma de desconectar la mano que nos oprime el alma es olvidar el tacto de una caricia. Nunca volverás a tener miedo, pero tampoco volverás a amar a alguien con todo el calor de tu cuerpo; ni siquiera podrás recordar lo que es el olor de la tierra húmeda, porque tú ya serás otra máquina diferente, una máquina en la que los programas de la antigua máquina producirán efectos limitados y ecos sordos.
Lo has adivinado: es en momentos de dolor en los que se abre ante nosotros la vía de escape. Y sólo tú puedes elegir; y debes elegir el dolor. Si eliges no sufrir, eliges no sentir, y entonces debes ser muy consciente de lo que te espera al otro lado. Nunca más volverás a ver a nadie. Te cruzarás con miles de personas en tu vida, quién sabe si millones, pero no las verás más allá de los retazos de su aspecto. Ni siquiera serás capaz de ver todas sus partes a la vez: para ti serán una nariz, una falda, un mechón de pelo cano o una lorza. No podrás oler su esencia, ni sabrás lo que es eso. Tus ojos vidriosos cristalizarán en ese momento en una forma determinada, la tuya, y a partir de entonces todo lo verás tamizado por esa forma: lo verás todo deformado, pero tú no podrás entender eso, porque será la única forma de mirar que conozcas. Incapaz de comprender otras lenguas, otros tactos, otras razones, otras ideas.
Al instante la indiferencia se instalará en tu pecho. Cada persona, cada historia, pasará a tu lado sin producirte la mínima emoción; siempre inventarás excusas para no tender una mano, para mirar a otro lado, al lado de la pared lisa que te ayuda a sumirte en el letargo hasta llegar a casa y conectarte a tu máquina de no sentir, de no pensar. Quizás ahora te estés preguntando cómo has llegado hasta aquí, hasta plantearte convertirte en un reflejo plano de lo que has sido. ¿Realmente tu sufrimiento es tan profundo? Sólo tú sabes eso. Yo sólo puedo hablarte de las opciones que dejas atrás, y que son caminos a recorrer por el simple gusto de andar.
Si te conviertes en sombra, te sumarás a la presión leve pero constante que marchita tantas otras vidas. Pero tú ya no lo podrás lamentar, no te sentirás culpable porque no distinguirás el sufrimiento ajeno, no entenderás otras necesidades que claman por placeres que ni siquiera puedes imaginar; porque tú ya no será capaz de saborear nada. El movimiento mecánico será lo único que te ate al mundo. Si te paras, serás como una máquina esperando el desguace, tan absurda.
Sí, claro que hay otra opción, ésa en la que aprendes a separar el sufrimiento del placer, en la que distingues al equivocado y el mezquino del verdadero ser humano, en la que no empañas la totalidad de tus días con los recuerdos de la infamia. Ése puede ser tu camino, el que te lleva a ninguna parte, pasando por todos los lugares del mundo. Te esforzarás cada día, te enfrentarás al miedo, a las dudas, a los cuchillos de aquéllos a los que no les queda más que rencor y amargura. No debes compadecerles, ellos también tuvieron opciones; ellos fueron los cobardes. Tú cargarás con el peso de los valientes, y a cambio, podrás ver, oír, aspirar la vida y todos los regalos del mundo que sólo existen para los vivos. El goteo de piedras no hará mella en tu empeño de seguir adelante, de buscar la sonrisa en cada rincón de tiempo, en oponer resistencia a la marea de zombis. No sumarás el peso de tu amargura a la escena gris que se cierne sobre ti, lucharás por cambiar la queja por la alternativa, por mejorar cada día sin esperar más recompensa que ser más brillante, por aferrarte a tus principios sin grietas en las excusas, por oponer tu verdad al error circundante que te invita a bajar los brazos y convertirte en otra sombra nacida de una excusa. Cuántos hay de los que ahora engrosan el escuadrón de los innobles que antes fueron víctimas ultrajadas.
Y a poco que fuerces la vista, descubrirás a tantos otros como tú, ávidos de ver en los ojos de sus iguales un poco de esperanza.
Llegará un día en que sabrás que no te has rendido, que tu peso nunca sumó en el lado del sufrimiento de otros, que aprendiste a distinguir a cada persona por ella misma y no por su clase. A lo mejor ese día te obsequia con el espectáculo de millones de luciérnagas iluminando cada recodo del camino, desplegando una fuerza infinita y, por qué no, sacando de las sombras a todos los dormidos. Y entonces, te darás cuenta de que un pequeño gesto, un pequeño cambio en el rumbo de una sola vida, es más grande que todo el papel del mundo lleno de mentiras.
Dime ahora, ¿qué has elegido?