aguja

zas, se me clavó un aguijón de consciencia en la garganta, y de repente

no puedo tragar más mentiras, caprichos superficiales ni tardes vacías.

porque cada vez que intento tragar me arde la garganta

y el corazón se me encoge de miedo a convertirme en sombra de vida.

maldigo mis manos torpes que nada hacen

por los que tienen que enterrar los anhelos de toda una vida

en el sótano de una realidad que no merecen.

esta mañana, al cruzarme con ellos, sus ojos

me lloraron un momento con la sequedad del que da todo por vencido

excepto la resignación del día a día en las pequeñas cosas.

la aguja se clavó hondo, una mano fría me rozó la espalda,

y yo, miré hacia el sol y sentí nada.

 

 

 

¿Y tu, tambien pasabas por aqui?

solidaridad, juicio, principios

pasaba por allí

Un trozo de vida me delata, muestra mis debilidades en toda su crudeza, mis elecciones de lo fácil para una vida de concha. No soy sin embargo ese molusco  sin convicciones que no se plantea asumir la valentía de la equivocación. Yo sí me miro en un espejo de repetición, dispuesta a recibir los impactos de la metralla más descarnada. Hay que evitar en esos momentos caer en la tentación de usar espejos de feria, de esos que nos devuelven toda la distorsión que necesitamos para justificar nuestra falta de juicio y nuestro quejoso egocentrismo de víctimas redivivas.

El juicio nos debe acompañar siempre, porque es la piedra que equilibra nuestro pasar por el mundo. Y cuando decía «solidaridad, juicio, principios» parecía que iba a hablar del orden social, de la necesidad de ayudar a otros, de la justicia que existe más allá de los jueces y del convencimiento íntimo de bien y mal que parece no acompañar a los que juzgan según quién y no según cómo. Y en parte sí, hablo de eso. Pero pensándolo bien, hay otro significado más cotidiano, más doméstico, que también se viste del mismo título, y que impacta en nuestras vidas de una forma tan íntima que nos revoluciona el alma. Lo que voy a decir es quizás una verdad de perogrullo.

Cada día paso muchos momentos de lamento por la incomodidad del asiento, por la falta de sueño o porque tú no eres exactamente como imagino en mis desvelos; pero son estas verdades las que también cada día levantan una niebla entorpecedora entre mis ojos y el resto de la realidad.

Y así me pierdo el saborear tantos jugos, por mi mal juicio, por mi mala mesura de cada hecho tangible en mi acolchado mundo.

Como quien por mirar al cielo anhelando volar olvida a los que luchan por dar pasos hacia tierra firme, así pierdo la oportunidad de conocer a esos otros, de saber de sus vidas y participar de ellas, de actuar cada día como si sí formara parte de este conjunto a veces tan solidario que somos las personas.

Si tan sólo creyera por un momento en estos principios que exhibo, quizás llenaría un poco menos de babas tu camino y un poco más de alegría el mío.

-> Y por ti lo intento, casi cada día.

Historia de la historia

Hay un peligro en divulgar lo que son simples teorías, que no se sustentan en una cadena relacional lógica de procesos y que están muy alejadas de los conocimientos reales existentes, como conclusiones científicas. Y es que hay un sector del público que está dispuesto a asumir como válidas esas conclusiones, sin revisar las premisas sobre las que se sustentan ni el proceso científico-lógico para llegar a ellas, simplemente porque han sido divulgadas por una asumida autoridad científica, que en la mayoría de los casos no es más que una autoridad mediática. Incluso si se trata realmente de una autoridad científica en un campo determinado, el público debería reservar siempre cierto grado de escepticismo y no creer antes en las palabras de un gurú que en su propio sentido de la lógica.

El peligro se materializa cuando estas teorías son popularizadas hasta tal punto que influyen en el comportamiento de muchas personas, incluyendo legisladores y encargados de interpretar leyes. Se asumen entonces como dogmas conclusiones infundadas que son enarboladas como armas en favor de una determinada opinión volcando sobre ellas todo el peso de «la ciencia». La credulidad, la falta de criterio y la desinformación hacen el resto, y se acaba practicando un exorcismo a un enfermo mental. Mucha gente hay dispuesta a defender con vehemencia conclusiones falsas, creyendo en su veracidad a pies juntillas, ya que, como dice el dicho «qué atrevida es la ignorancia».

Y así, siglo más siglo menos, las discusiones y diatribas que guían nuestro día a día y nuestras costumbres están enraizadas en el terreno pantanoso de la ignorancia, los dogmas y la falta de escrúpulos a la hora de usar medias verdades o incluso mentiras en favor de nuestros intereses. En el campo de la opinión todo parece demasiado desnudo y débil, sin embargo, las opiniones revestidas falsamente de razonamientos se convierten fácilmente en un mantra que inocular a millones de personas que se convierten en aliados crédulos de nuestro ideario.

«Saber es poder», que también dicen. Pero yo me pregunto: ¿lo es realmente en medio de la imperante ignorancia, o saber más sólo te ayuda a ser consciente del mar de mentira en el que nadamos, a la deriva de la ciencia y de la lógica? Por mucho que uno sepa, o crea saber, por mucho que el espíritu crítico le lleve a detectar tantas contradicciones, las mentes cerradas en torno a un dogma son como piedras frente a las etéreas embestidas de la duda.

Qué pena de aquéllos que sufren las consecuencias de la ignorancia en forma de usos contra sus intereses, sus deseos y su bienestar; usos implantados en base a razones inciertas y manipulación de la realidad. Qué pena también de aquéllos que sufren las consecuencias de su propia ignorancia, y que creen en la existencia de un único camino que supone para ellos un poco de un calvario; camino marcado por otros en su propio beneficio, y que se asienta sobre razones inciertas y manipulación de la realidad.

No hay salida… todos mienten. Confiar en alguien puede significar un riesgo, otro desengaño, una piedra más que pesa sobre tu carga de desesperanza.

¿Un thriller, una tragedia antigua? No, es tu vida. Probablemente estás viendo la televisión, hablando con el vecino, intentando alcanzar a ese amigo esquivo, en el trabajo, con tus compañeros… Cualquiera puede ser otro de ellos, de aquéllos.

Desecha todo esto:

y tendrás una vida perfectamente limpia, vacía y prescindible.

¿Te importa más tener razón que herir a otra persona?
¿Tus «principios» cambian en función de a quién se apliquen, pero no tienes reparo en demonizar a quién no conoces siguiendo rígidas normas estéticas?
¿Persigues con desdén y burla-sin-alegría a aquél que por elegir diferente corre el riesgo de desmontar con hechos certezas que son sólo erradas creencias?
Enhorabuena: eres uno más, que contribuyes cada día a perpetuar el orden tribal que a veces tanto te socava el alma.

Disfruta de tu obra!

El discurso de Enlil: un peu d’espoir

Así que te rindes, ¿eso es todo? Renuncias a la vida de momento, en espera de que las condiciones sean propicias. Abrazas la sombra de la rutina con rigidez desapasionada, y en ese mismo instante recibes tus regalos de bienvenida al mundo de las sombras: unos ojos acuosos velados por el desinterés y una piel gris inhábil como puerta de los sentidos. Sabrás que has entrado en la tumba en vida cuando tu falta de curiosidad sea tan grande como tu falta de sabiduría.

Has sido doblegado, por la fuerza invisible del miedo. Has sucumbido a tu propia cobardía y tu falta de principios. Pobre de ti, porque no hay vuelta atrás. Si quieres saberlo, no estoy aquí por casualidad.

Puedes considerarme como tu último contacto con el mundo de los vivos, de los realmente vivos. Y no es que yo sea uno de ellos, pero tampoco he venido a hablarte de mí. Bástate saber que cuando pare de hablar, tú ya estarás muy lejos, o muy cerca; depende de ti. Considérate afortunado de poder oír palabras sinceras por última vez, porque muchos otros no reciben ese último soplo al oído; su desaparición es mucho más precipitada. ¿Por qué tú? Cada hecho en la vida es en realidad un abanico de opciones. Debe ser que hay opciones.

Empecemos por el principio. ¿Puedes distinguir las sombras de los vivos? ¿Sabes mirar a alguien a los ojos y ver en ellos brillo o muerte? Deberías tomar tu tiempo y mirar, ahora que todavía puedes ver, a la cara a esos que serán tus hermanos de aislamiento. El mundo de los vivos lo conoces, como la mayoría, aunque hay algunos que se quiebran tan pronto que ya casi no lo recuerdan. Esos suelen ser los más débiles, los que menos soportan el dolor, y también los que han sufrido tanto dolor tan pronto que casi no tuvieron opción de saborear la vida antes de abrazar la apacible muerte de la monotonía, del no sufrimiento y de la no vida. Pobres de ellos. Y es que se trata principalmente de eso: de dolor, de miedo, de incertidumbre, de inseguridad, sabores amargos y muchas, muchas derrotas nacidas del riesgo de la generosidad, de la impunidad de los injustos. El dolor, llamémosle así para referirnos a todas esas sensaciones desagradables, es parte indisoluble de la vida. Podría argüirse que sin la existencia del dolor sería imposible apreciar el placer, pero no hay certeza sobre el origen de las sensaciones. Lo que sí es cierto, es que si renuncias al dolor, también renuncias a la vida. La única forma de desconectar la mano que nos oprime el alma es olvidar el tacto de una caricia. Nunca volverás a tener miedo, pero tampoco volverás a amar a alguien con todo el calor de tu cuerpo; ni siquiera podrás recordar lo que es el olor de la tierra húmeda, porque tú ya serás otra máquina diferente, una máquina en la que los programas de la antigua máquina producirán efectos limitados y ecos sordos.

Lo has adivinado: es en momentos de dolor en los que se abre ante nosotros la vía de escape. Y sólo tú puedes elegir; y debes elegir el dolor. Si eliges no sufrir, eliges no sentir, y entonces debes ser muy consciente de lo que te espera al otro lado. Nunca más volverás a ver a nadie. Te cruzarás con miles de personas en tu vida, quién sabe si millones, pero no las verás más allá de los retazos de su aspecto. Ni siquiera serás capaz de ver todas sus partes a la vez: para ti serán una nariz, una falda, un mechón de pelo cano o una lorza. No podrás oler su esencia, ni sabrás lo que es eso. Tus ojos vidriosos cristalizarán en ese momento en una forma determinada, la tuya, y a partir de entonces todo lo verás tamizado por esa forma: lo verás todo deformado, pero tú no podrás entender eso, porque será la única forma de mirar que conozcas. Incapaz de comprender otras lenguas, otros tactos, otras razones, otras ideas.

Al instante la indiferencia se instalará en tu pecho. Cada persona, cada historia, pasará a tu lado sin producirte la mínima emoción; siempre inventarás excusas para no tender una mano, para mirar a otro lado, al lado de la pared lisa que te ayuda a sumirte en el letargo hasta llegar a casa y conectarte a tu máquina de no sentir, de no pensar. Quizás ahora te estés preguntando cómo has llegado hasta aquí, hasta plantearte convertirte en un reflejo plano de lo que has sido. ¿Realmente tu sufrimiento es tan profundo? Sólo tú sabes eso. Yo sólo puedo hablarte de las opciones que dejas atrás, y que son caminos a recorrer por el simple gusto de andar.

Si te conviertes en sombra, te sumarás a la presión leve pero constante que marchita tantas otras vidas. Pero tú ya no lo podrás lamentar, no te sentirás culpable porque no distinguirás el sufrimiento ajeno, no entenderás otras necesidades que claman por placeres que ni siquiera puedes imaginar; porque tú ya no será capaz de saborear nada. El movimiento mecánico será lo único que te ate al mundo. Si te paras, serás como una máquina esperando el desguace, tan absurda.

Sí, claro que hay otra opción, ésa en la que aprendes a separar el sufrimiento del placer, en la que distingues al equivocado y el mezquino del verdadero ser humano, en la que no empañas la totalidad de tus días con los recuerdos de la infamia. Ése puede ser tu camino, el que te lleva a ninguna parte, pasando por todos los lugares del mundo. Te esforzarás cada día, te enfrentarás al miedo, a las dudas, a los cuchillos de aquéllos a los que no les queda más que rencor y amargura. No debes compadecerles, ellos también tuvieron opciones; ellos fueron los cobardes. Tú cargarás con el peso de los valientes, y a cambio, podrás ver, oír, aspirar la vida y todos los regalos del mundo que sólo existen para los vivos. El goteo de piedras no hará mella en tu empeño de seguir adelante, de buscar la sonrisa en cada rincón de tiempo, en oponer resistencia a la marea de zombis. No sumarás el peso de tu amargura a la escena gris que se cierne sobre ti, lucharás por cambiar la queja por la alternativa, por mejorar cada día sin esperar más recompensa que ser más brillante, por aferrarte a tus principios sin grietas en las excusas, por oponer tu verdad al error circundante que te invita a bajar los brazos y convertirte en otra sombra nacida de una excusa. Cuántos hay de los que ahora engrosan el escuadrón de los innobles que antes fueron víctimas ultrajadas.

Y a poco que fuerces la vista, descubrirás a tantos otros como tú, ávidos de ver en los ojos de sus iguales un poco de esperanza.

Llegará un día en que sabrás que no te has rendido, que tu peso nunca sumó en el lado del sufrimiento de otros, que aprendiste a distinguir a cada persona por ella misma y no por su clase. A lo mejor ese día te obsequia con el espectáculo de millones de luciérnagas iluminando cada recodo del camino, desplegando una fuerza infinita y, por qué no, sacando de las sombras a todos los dormidos. Y entonces, te darás cuenta de que un pequeño gesto, un pequeño cambio en el rumbo de una sola vida, es más grande que todo el papel del mundo lleno de mentiras.

Dime ahora, ¿qué has elegido?

eres la peor especie de ladrón, el que dice hacerlo en nombre de una razón justa

eres la peor especie de mafioso, el que defiende que es más grave el pecado de la connivencia que el del acto del delito

“The world is in greater peril from those who tolerate or encourage evil than from those who actually commit it.” – Albert Einstein (1879 – 1955)

para todo aquél que cree en el librepensamiento: una frase no es cierta por quién la dice ni la vehemencia con la que se transmite; una frase sólo es cierta si lo es por sí misma. Y la verdad existe en la razón.

Pero claro, para ver eso tienes que saber escuchar sin prejuicios.